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Dos horas en un día.

  • Pinotta
  • 19 oct 2015
  • 8 Min. de lectura

Y ahí estaba yo, admirando el tan esperado día, el día que una vez al año volviéndose costumbre llegaba a mí como un mensaje de salvación, de esperanza y júbilo.


Esta vez no fue tan fácil como la anterior, pero sin duda no tenía nada que envidiarle. Los cuatro salvadores de la capital iban a Mérida, la linda ciudad ya no tan helada como antes pero agradable como siempre. No fue hasta después del concierto que me enteré que los chicos habían dado unos autógrafos en la mañana, para ese entonces yo estaba en carretera, viajando por los llanos y páramos venezolanos, recorriendo la vía hasta mi destino, Mérida.


Entonces llegamos después de un viaje infinitamente largo, cosa irónica para mi madre y para mi puesto que la carretera se nos hace tan conocida que ya estamos acostumbradas a circular en ella con soltura. La diferencia era que mi abuela, la madre de mi madre se había encaminado con nosotras esta vez. Al llegar, como es de costumbre para mi abuela "la familia es lo primero que se visita". Para ese entonces ya eran las cinco de la tarde y por mi garganta comenzaba a subir el latido de mi corazón desesperado.


Saludamos, estuvimos un buen rato con ellos y aproveché de cambiarme. Una de mis primas merideñas dedico unos minutos de su tiempo para adornarme el cabello con una trenza firme, que soportara toda la matraca que venía a mi cuerpo horas más tardes. Una vez listas estas cosas me encaminé al tan adorado por mi, Centro Cultural Tulio Febres Cordero, sin duda mi lugar favorito de la ciudad de Mérida, donde los artistas son libres.


Bajé las escaleras cuando estuve en el lugar y me coloqué de última en la abundante cola que serpenteaba por toda el área, llena de personas, altas y bajas, chicos y adultos, todos con la misma impaciencia, el mismo fervor desesperado que hacía esfuerzos por contenerse. Ahí me vi, una guara rodeada de gochos y quizá uno que otro de algún lugar distinto, todos con un mismo objetivo, algunos más entregados que otros, más interesados que otros, pero todos estábamos ahí por ellos, por su música, por lo que son, por lo que hacen sentir.


Me quedé en silencio un momento, callé mi mente pues mis labios no se habían separado desde que había llegado: Por supuesto que estaba sola, no todos los que hubieran querido podían estar allí conmigo. Entonces observé, la manera de moverse de la gente, sus conversaciones, sus motivos de risas y elogios, sentí el ambiente tenso y desinteresado, enérgico. Olí el cigarro de los más atrevidos, las chucherías de los ansiosos. Detecté uno que otro joven vagando solo entre la multitud de estudiantes, y entonces hubiera podido acercarme a charlar pero... cada uno de nosotros estaba guardando su puesto en la cola, para ver a los chicos. Y esa cola si que se hacía con gusto e interés.


Madre estaba arriba, retirando las entradas que días antes había rogado me comprara con su crédito por Internet. Luego me contó que los señores del canje le habían dicho: — Que lo disfrute. Refiriéndose al concierto, lo que nos hizo gracia a las dos porque, conociendo sus gustos musicales no sería muy atractivo para ella el ambiente bohemio rockero. Por fin la cola comenzó a movilizarse, ella se quedó del otro lado de la escalera, luego se fue y yo pasé por las tres paradas de seguridad necesarias, para luego sin dudar, salir corriendo a la entrada del Auditorio que me llamaba a gritos.


De nuevo me vi sola entre la multitud de personas, esta vez no por mucho tiempo pues las chicas que estaban al lado de mi puesto me acorralaron con preguntas, estaban asombradas del esfuerzo que hice para ver a La Vida, de haber ido al concierto sola en una ciudad que no era la mía. Pero esto, más adelante trajo un beneficio, y ese beneficio fue que una de ellas me invitó a colocarme a su lado, casi en frente de la tarima, el puesto que tenía ahora era mucho mejor que el anterior, pero claro, también hice nuevas amistades y todo eso. Las cosas iban mejorando.


Y claro que iban mejorando, por fin el sonido que mi corazón anhelaba volvió, después de un año de espera, helándome la sangre, volvieron, estaban allí, las luces se disolvieron y ellos quedaron como pequeñas velas flotando en la oscuridad. Yo estaba en la sexta fila, contenta de lo que estaba pasando, de la energía que comenzaba a aflorar por mis poros.


Entonces ellos, él, en un ataque de emoción, de sentimentalismo, nos dijo: -Vengan, queremos tenerlos cerca. Acompáñennos. -Y estas fueron ordenes para mis pies, órdenes que lograron asimilar más rápido que mi cerebro. Sin pensar, sin saber nada estaba caminando o más bien corriendo hasta un lugar más cercano del que me encontraba, hacia ellos. Siendo arrastrada como un imán, hasta que la multitud me había frenado.


Desde aquí las cosas se hicieron más claras, la energía se sentía más cerca y yo tenía un aura brillante que me reflejaba, volviéndose más grande con cada canción, con cada nota baja, con cada charrasqueo, con cada golpe en la batería. Gritamos, volviéndonos un cuerpo, que apoyado, soltaba en forma de sonidos inarticulados su enfado, sus sentimientos dolorosos, sus recuerdos injustos. Hicimos catarsis, soltamos los temores, fuimos nosotros por un momento, saltamos incontables veces haciendo trabajar a los músculos del cuerpo, sudamos como nunca sin darnos cuenta y volvimos a gritar.


Allí, siendo uno solo en sentimiento y cuerpo creamos lo que todos los venezolanos soñamos, entre diferencias y similitudes, un mismo sentimiento nos invadía, entre disculpas por pisotones, entre sonrisas y vibraciones emocionales, entre suspiros, lágrimas, gritos, manos al aire, nos volvimos uno y ese uno nos transformó a todos.


La temperatura subía a cada segundo, la música se hacía más fuerte y yo estaba más cerca, sosteniendo con brazos temblorosos y cansados un aparato que me sirviera de cámara, de extractor de recuerdos. Quería grabar, tomar fotos y disfrutar a la vez, llevarme ese recuerdo, esa energía en un cofre y cuidarla para siempre, tenerla cerca de mi para que me arrullara en los momentos dolorosos de la vida, para que me oxigenara en los momentos asfixiantes y me sostuviera en las caídas, cuando las rodillas se llenaban de sangre. Más entendí que no podía tener todo eso si no lo vivía. Tenia dos opciones, grabar el concierto o construir un recuerdo de él. Y eso hice, grabé el concierto, entendí la idea del recuerdo y lo construí para mí, un recuerdo de oro, cinco estrellas, un recuerdo diamante, maravilloso, esperanzador, estimulante, un recuerdo en bruto.


Pasaron las horas y las canciones, los gritos se hicieron mas sordos, las palmas los callaron, los saltos se volvieron más pesados, los pies pedían descanso, la música inundaba el lugar impulsándonos a dar más de nosotros, a saltar más, aplaudir más, gritar al mundo lo que deseábamos, a remangar las heridas, encontrarnos, hacer nuestra fiesta, escarbar la piel del mal, vivir una vida mejor, construir castillos de arena con balas, gritar compasión, entender que no basta una canción, alabar la historia como Sodoma y Gomorra y así miles de experiencias, vibraciones que chocaban con cuerpos ajenos. Sentir, Sentir y Sentir.


Entonces sucedió, no sé muy bien qué pero lo que sé es que la gente se arremolinó al lado izquierdo de la tarima, donde estaba un Daniel sobre la gente y yo me vi con el camino libre al centro, un camino que no esperaba perder. La gente se volvió loca, se montaron en la tarima, abrazaron a los salvadores de la noche, seguridad tomó manos en el asunto y los echó como hormigas, apartándolos del lugar. Pero yo había conseguido lo que quería, estaba al frente, a tres pasos, solo tres.


Como era de esperarse, la gente chocaba entre sí, empujándome. Seguridad empujaba hacia atrás, convirtiéndonos a los que estábamos en el medio en una multitud de personas confundidas y mareadas. Pasamos tres o menos canciones en ese plan, antes de que el chico de seguridad que estaba frente a mi se despidiera con un — Hagan lo que quieran. Entonces la gente se volvió aún más loca corriendo hasta el orillo de la tarima, tuve que pensar rápido si quería ver, si quería seguir sintiendo aquello tan fuerte que me llenaba por dentro. Las personas como no es de extrañarse, eran más altas que yo, así que hice lo único que se me ocurrió en el momento, montarme en una corneta que tenía a mi lado.


Así, agachada, en una sentadilla torcida, podía observarlos sin molestar a nadie. Sin ser demasiado falta de respeto como para levantarme e ignorar que las personas de atrás eran privadas de visión y no ser desconsiderada conmigo misma, habiendo llegado a ese lugar sin obtener ningún resultado satisfactorio. Pero claro, al tiempo las rodillas me temblaban, comenzaba a sentir el hormigueo recorrer mis piernas, era la sentadilla más larga que había hecho en toda mi vida y ¡con que gusto!


Se fueron, de un momento a otro, causándonos desespero. Pedimos una, dos, mil canciones más y entonces volvieron. Después de haber cantado Danz, Nuestra, Angelitos Negros, La Piel del Mal, Nicaragua, Hornos de Cal, Viernes Negro entonces venía Domingo. Para hacer llorar a los más sentimentales, enfadar a los más coléricos. La multitud quedó en silencio, sintiendo correr dentro de su sangre aquella letra, aquella melodía melancólica. Más, como es propio de ellos, esa melancolía llegó hasta cierto punto, a la mitad de la canción nos abrieron las ventanas, saltaron con nosotros, nos demostraron cuanto nos querían.


De nuevo, uno de ellos fue arrastrado a la multitud, Rafaél se reía mientras las manos a su alrededor danzaban como abejas sobre él. Se me hizo gracioso como los de seguridad hicieron de las suyas para sacarlo de allí, jalándolo de vuelta al escenario como si fuera tan liviano como un muñequito de torta. Y entonces todo estaba de nuevo como si no hubiera pasado nada.


Pero a lo que vamos, lo mejor de la noche, la más grande experiencia. A algunos les parece tonto sin duda, otros solo se quedan en el momento y otros como yo, lo traspasan. Ya se iban, se estaban yendo y se acercaron a saludar. Como un impulso más que un deseo levante mis piernas temblorosas hasta donde llegaron, alce una de mis manos y atrapé la de él, el enérgico y emocional Sebastián por supuesto, para ser un baterista tenía las manos suaves o lo más seguro es que fuera sudor, la sostuve como pude y dije lo que tenía en mi garganta desde el inicio — ¡Gracias por tanto! y no solo se lo dije a él, se lo dije al cielo, a mi vida, a lo que más me ama. Por regalarme aquel momento.



Luego se acercó Rafaél y también atajé su mano, dos veces, fuertes aunque pequeñas eran. Finalmente vi la oportunidad de atrapar una muñeca morena que danzaba por mi lado izquierdo. Henry brillaba de emoción. Y a Daniel, solo le pude decir adiós con la mano. ¿Pero de que me quejo? Esto se pone y se pondrá cada vez mejor, las cosas serán y funcionan.


Salí del lugar cuando nos indicaron desalojar, sudada, llena de temblores, radiante de alegría. De la nada aparecieron mujeres que me pedían el número para que les mandara las fotos que había tomado (Que por lo visto sus deseos terminaron esa noche porque hoy en día no he sabido más de ellas). Me despedí del Centro Cultural más especial, con sus escaleras grises de concreto y detalles en negro y rojo, dejando huella en su auditorio y salí a la fresca noche.


Había sido un día largo, sin duda cansado. Pero lo había valido, era uno de esos días donde lo das todo para vivirlo de nuevo, un día en donde podía decir que lo había dado todo y que me habían dado todo a mi. Sudada, con las piernas y los brazos sin fuerza, sentía que aún podía bailar otro y otro y otro concierto más con ellos.


Y tengo la Fe de que cada vez que vengan, a cada concierto que vaya, las cosas serán cada vez en todos los aspectos asombrándome con experiencias nuevas y vivencias alucinantes.


*PD: Lloren conmigo, ese día en la noche, Sebastián estuvo a pasos de mi en la misma posada donde me estaba hospedando. Estaba visitando a unos amigos que trabajaban ahí, juré haber escuchado su voz más nunca imaginé que hubiera sido real porque yo... y todavía no entiendo el por qué, estaba dormida.





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