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Heridas

  • Pinotta
  • 5 abr 2016
  • 2 Min. de lectura

Entonces supo que se estaba quebrando por dentro.

Hizo un esfuerzo por no darle importancia a lo que estaba pasando pero… la voz incesante de su mente insistió. Había llegado tan lejos en el deseo de agradar a los demás que se había perdido a sí misma.

Escarbando la tierra con las uñas deshechas, a través del dolor que le producía saber que ella misma se había enterrado, suspiraba la pregunta: ¿Quién Soy? O mejor dicho ¿Quién quiero ser? Había dejado mucho tiempo atrás aquellos pensamientos, sacrificados ante el altar del bienestar del prójimo, ante la idea de agradarle a ellos; a él en especial, de ser aceptada.

Sentirse completa y real por un instante había sido el sueño que creció con ella, dejar de desentonar ante los dictados de la música de su alma, seguir la corriente del río calmado que bajaba por la ladera de sus ilusiones. Se había perdido a ella misma, en el afán de encontrar una cosa que no pertenecía a su ser.

Incluso encerrada en una cueva donde a voluntad se había metido, por instantes encontraba atisbos de luz entre las rocas, momentos fugaces que la hacían sentir infinita, momentos en los que por su mente cruzaba la idea de derrumbar aquel muro que sola se había impuesto.

Estaba llegando a la cumbre, el volcán había comenzado a activarse, los huesos a quebrarse y el alma a tener grietas incurables. Ahí fue donde supo, sólo por la presión de su propio cuerpo, que no podía más. Un muro se cernía ante sus ojos cargado de miedos y rabias, resentimientos, culpas, fracasos, tristezas, tanto de ella como de otros (cargas que había aceptado asumir como propias para liberar a los demás de su dolor), quería creer que detrás de ese recinto oscuro y depresivo había un jardín lleno de luz y rosas, con pájaros cantando, hierba fresca, olor a pino y con el cielo despejado.

Por primera vez en su vida quería parar de hacer lo que había venido haciendo los pasados 19 años de su vida, quería encontrarse, saber qué era aquello que hacía que su corazón latiera deprisa, encontrar el sentido de la vida, descubrir para qué había sido hecha. Pero descubrirlo ella, desde dentro, desde su ser y sus sentires, desde su propio cuerpo, no desde la voz de alguien más, de alguien externo encomendado como experiencia o sabiduría, para guiarla por el “mejor camino para ella”.

Quería ser libre.

Quería ser Feliz.

Más la pared hecha de concreto y fortalecida por tantos años, no iba a ser fácil de derrumbar.

Pero… Claro que iba a derrumbarla.


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