Mirando por la Ventana
- Pinotta
- 15 ago 2016
- 4 Min. de lectura

Mientras tenía los codos apoyados en el rugoso pretil de la ventana del séptimo piso, un pájaro negro la sorprendió pasando inesperadamente cerca. Con la mirada perdida se preguntó si sería como ella, pensó que quizá la estaría alentando a que volara con él por aquel cielo manchado de colores cálidos. Había sido otro día de sonrisas tristes, donde suceden los últimos abrazos con personas que no verás en mucho tiempo, en esta oportunidad su hermana se había ido a Nueva York, era la única de la familia que quedaba en el país además de ella (bien sea porque se habían ido o porque se habían muerto) ahora estaba completamente sola (sí, porque no se le daba bien eso de tener amigos). Lo único que lograba subirle un poco el ánimo era la idea de estrenar la peculiar habilidad que había adquirido desde los 10 años pero nunca se había dispuesto a usar, su hermana le hizo prometer que no lo hiciera porque era muy peligroso, le dijo que cuando fueran grandes la llevaría a un lugar donde pudiera volar sin riesgo y ahora ella se había ido sin cumplir su promesa, sin siquiera acordarse. Dispuesta a olvidarse de todo miró a los lados para comprobar que la atención no estaba puesta sobre ella, sin entender muy bien cómo funcionaba se sentó en el orillo de la ventana y extendió los brazos. Al principio no pasó nada y por unos segundos tormentosos se vio a ella misma como una demente consumida por la necesidad de escapar, pero luego su piel empezó a transformarse con vivacidad en plumas de colores, una cola larga apareció, garras afiladas crecieron y finalmente un pico ganchudo dejó verse. El pájaro negro que había visto antes, se acercó e hizo un leve aleteo estático indicando que lo siguiera y ella abrió las alas dejándose llevar, sintiendo cosquillas en el estómago cuando trataba de estabilizar su cuerpo para no caer. Tardó un poco en acostumbrarse a la nueva sensación de desenfreno, el aire era siempre diferente, cambiante, imposible de controlar, el pájaro negro lanzó un gorjeo de bienvenida, como diciendo “oye, es bueno volar contigo” o tal vez eran ideas suyas y sólo le haya dicho “hasta que apareces, eres más lenta que mi abuela” pero ¿qué más daba? el viento la estaba abrazando, ya no le importaba nada. Alicia sintió como su corazón latía de prisa agolpándose de emoción, de repente no necesitaba mirar atrás ni pensar hacia adelante, estaba viviendo por unos segundos en el fugaz presente, que constantemente dejaba ir, perdiéndoselo mientras se ocupaba de mantener con vida los momentos que ya habían pasado. Observó tanta belleza gratis, tantos segundos llenos de lujo, se hundió entre las olas gruesas a punto de romper, encontró flores pequeñas en el camino de las nubes, vio un camaleón rosado, un panda riendo y un dragón largo y serio teñido de rojo fuego. El aire chocaba contra su cuerpo lleno de plumas, a veces cálido y otras como un chorro de agua fría, moviéndola a su antojo. Le dio una mirada a su nuevo amigo alado, acto que él correspondió con un movimiento de cabeza que le sugería mirar hacia abajo. Al hacerlo sus ojos se encontraron con una ciudad pequeña a medio atardecer, veía como intermitentemente se iban encendiendo las luces de la ciudad a medida que el sol caía, como pequeños focos de luz que hacían presente a la existencia humana del lugar; las calles, algunas solas y otras saturadas, eran como pequeños caminos que invitaban a redescubrir las historias que llevaban dentro, historias que la ciudad mantenía oculta para aquellos que andaban demasiado apurados pero que las guardaba para los enamorados que se tomaban el tiempo de observar, para la señora que coleccionaba hojas caídas, el trabajador que detenía su paso un momento para mirar el cielo, el conductor amante de las estrellas, los abuelos, los niños soñadores. Vio como ella, la ciudad, guardaba a su gente, los arropaba por la noche con oxígeno, los mantenía vivos con la savia de los árboles, vio como estaba enamorada de quienes la habitaban y aguardaba pacientemente a ser correspondida. Un secreto que jamás imaginó ver en aquella cuidad se revelaba ante ella y en ese momento le surgió una pregunta: ¿La vida se nos escapa o nosotros escapamos de ella? todos los instantes que la componen; pequeños, en constante cambio, están allí para nosotros pero no siempre nosotros estamos para vivirlos. En ese momento se planteó la idea de regresar y tratar de ser una de esas personas que descubren con asombro los secretos que les revela la ciudad, se imaginó a lo largo del día dejando atrás una vivencia para iniciar otra, respetando el tiempo de vida de cada una y tratando de no quedar fracturada por ello. Pero eso era para personas fuertes y ella no era así, sabía que estaba rota, como una muñeca dañada que no tenía arreglo, a ella le habrían bastado los pocos minutos en los que disfrutó del presente para luego arroparse con el viento y perecer allí, transformarse en una guacamaya y volar con su nuevo amigo para siempre. Era demasiado tarde para descubrir otra forma… O tal vez no, pues en ese momento se escuchó en alguna parte unas llaves cayendo al suelo, tacones apurados contra el suelo y sintió el abrazo cálido que sostenía su torso —¡Alicia! —gritó alguien en su oído mientras la sacudía. Ella volteó y se encontró con la cara aterrada de su hermana —Margaret ¿Tú… no… no te habías ido? —preguntó confundida mientras se veía a ella misma en el filo de la ventana, casi fuera de ella. —Si… iba a irme pero el vuelo se canceló a última hora —le dijo por decir algo, pero la verdad era que minutos antes de despegar recordó lo que le había dicho su hermana a los 10 años y consideró imprudente dejarla sola en el séptimo piso de un apartamento, si pasaba algo no se lo perdonaría nunca, debía resolver aquello antes de irse —Ven, baja de ahí. —Me dijiste que me llevarías a volar y nunca lo hiciste. —Lo sé y a eso iremos hermana, a eso iremos —dijo Margaret tomando el teléfono para hacer una llamada.
*
Habían pasado 20 años desde que Alicia intentó suicidarse, pero contaba aquella historia todos los días, como si hubiera sido ayer, y todavía se preguntaba con la mano puesta en el frío cristal del psiquiátrico, cuando el pájaro negro volvería a visitarla.
Cuento de Ficción.
Julio, 2016.
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