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Chocolate

  • Pinotta
  • 8 feb 2017
  • 6 Min. de lectura

Haz una redacción con la palabra "chocolate"

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Había una vez una princesa, que vivía en un castillo de papel, en un mundo de flores gigantes.

Todas las mañanas se despertaba con el aroma del clavel, la rosa o el tulipán. Hacía desayunos de raíces y pétalos de flores, los condimentaba con polen y los acompañaba con miel caliente que llevaban las abejas todas las mañanas a su puerta.

La princesa lo tenía todo, vivía tranquila y protegida en un paraíso de bellos colores, con la compañía de animalitos voladores que cantaban con ella y caballos que paseaban en los amplios y verdes campos junto a la princesa. No se quejaba de su vida, sin embargo, mientras crecía, se daba cada vez más cuenta de que el pálpito característico de la niñez se iba desapareciendo en ella, no entendía muy bien a que se debía eso, no sabía que eso que hacía acelerar su corazón era en sí la razón de la vida. Las abejas, dueñas de aquel reino, le repetían incontables veces que no debía arriesgarse a cruzar la puerta de madera al borde del reino, pues más allá de ella aguardaban peligros inimaginables para ella, con humanos que llevaban por bandera la maldad, que vivían de ilusionar a chicas lindas como ella para extraerles el néctar de la vida.

La princesa de vez en cuando se preguntaba, si las abejas me dicen que los humanos tienen como esencia la maldad, y yo soy humana ¿Seré yo de esa forma también? Y solo muy de vez en cuando se preguntaba si por ser así esta vida sería un castigo que se le había implantado, siendo alejada de todos los que eran como ella, condenada a permanecer sola en un mundo demasiado colorido. Pero no decía nada, a pesar de que habían días que no era tan buenos, permanecía con su mejor sonrisa y un cuerpo apacible, disfrutando de la brisa fresca. La última vez que dijo como se sentía al respecto las abejas se pusieron como locas y no la dejaron salir del castillo por una semana, al menos dos de ellas estaban en cada ventana, cinco en cada puerta y una docena la seguía a donde se moviera. Las abejas gigantes pasaban todos los días a recibir informes de las criadas, para asegurarse que todo estaba en orden y no fue hasta que la princesa de pecas en las mejillas hubo dicho que se sentía espléndida de vivir en aquel lugar y lo hubiera demostrado, que las abejas se fueron yendo una por una del castillo.

Pero esta princesa astuta guardaba un secreto, muy por la noche cuando las abejas y demás animalitos dormían, pasaba en silencio por los campos donde no habitaban los búhos y aunque el camino era más largo, llegaba a la puerta de madera al borde del reino y entraba a través de ella. La primera vez tuvo miedo, por todas esas historias llenas de maldad que le contaban sus amigos del reino, pero al fin y al cabo la princesa no conocía la maldad, por lo tanto no sabía identificarla. De igual manera, muy cuidadosamente, se fijaba en cada persona que pasaba a su lado, atenta de cada movimiento parecido a las historias que le habían contado. Al otro lado de la puerta de madera se encontraba una aldea de antorchas de aceite, olor a pastel horneado y risas tiernas. La princesa de pecas se escondía tras una capucha negra las veces que pasaba la puerta de madera y andaba en silencio sin llamar mucho la atención, al entrar a aquel lugar sintió una leve tranquilidad, como el consuelo que se siente cuando se ha llegado a casa, pero ella no sabía que se trataba de eso porque jamás se había sentido así al llegar al castillo.

Descubrió una de esas noches estrelladas en las que paseaba por la aldea, un olor atractivo que emanaba de un local, y sin poder contenerse mucho más entro para averiguar de que se trataba. Un joven rubio de lentes la atendió cortésmente y le dijo después de ella preguntarle de que se trataba, que aquel aroma era "chocolate".

Desde esa noche, la princesa pensaba día y noche en el chocolate que aquel joven le había dado a probar y le llevaba miel o leche del reino a cambio, como una forma de retribuir su dulce gesto. El joven sin embargo insistía en que no tenía nada que pagar.

No fue hasta un día en el que hablaban muy juntos, mientras observaban las estrellas, que la princesa volvió a sentir ese palpitar que ya se había dado por vencida de buscar. Decidió quitarse la capucha negra que siempre llevaba puesta y quedó al descubierto frente a aquel joven, esperando a su reacción devoradora de néctar, pero el muchacho se limitó a mirarla sin hacer ningún gesto y ella no supo si tomar aquello como un cumplido o como una ofensa. Había procurado estar segura de que aquel joven no poseía ningún vestigio de maldad antes de exponerse de aquella manera. Esa noche él tomó su mano y le dijo "Ven mañana, voy a darte un regalo" luego de esto se despidieron y él, entrando al local comenzó a cerrar todo, había terminado la jornada de trabajo.

La princesa volvió a su reino ese día, llena de energía vibrante, estaba ansiosa por saber cual sería el regalo del joven hacia ella, así que también decidió prepararle algo, no sabía qué pero quería retribuirle su esfuerzo. Sin embargo esta ilusión no duró mucho, puesto que cuando llegó al castillo las abejas gigantes estaban reunidas en la puerta y al unísono con voz zumbante le dijeron "Nos has traicionado, ahora no eres más que nuestra enemiga" y llevándola muy lejos la internaron en una torre alta, donde era protegida por un dragón. Donde la princesa se limitó a vivir dentro de sí, sin aportar nada fuera de ella, se la veía seria e inmutable pero carente de fuerza para accionar (la verdad es que estaba llena de paciencia, pero no lo demostraba).

Con el pasar del tiempo el dragón envejeció y se puso ciego, lo que después de muchos intentos fallidos, le dio la oportunidad a la princesa de escapar del reino y volver a la aldea. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había podido ir, pero en su corazón latía la esperanza persistente de volver por el regalo que le prometió el joven. Y con aquel deseo en mente ni siquiera se giró para mirar atrás cuando cruzaba la puerta de madera, tan solo se llevó una corona de flores secas como recuerdo, la había hecho cuando tan solo era una niña pero la conservó desde entonces. Tras ella, el reino comenzaba de la misma manera pero a medida de que avanzaba se volvía un poco más obscuro, perdía el color de la vida, se iba evaporando.

La princesa caminó por la aldea, que era iluminado por el sol que se ponía en aquel momento, encontró el local y se percató que a simple vista no había cambiado en nada, lo recordaba tal y como estaba. Solo esta vez no emanaba ningún olor atractivo y se preguntó que habría pasado. Con un dolor en el pecho la princesa buscó desesperada a través del cristal de la ventana, para ver si encontraba al joven de lentes, pero por más que intentó localizarlo, no se encontraba por ningún lado. Se metió entre el ventanal del local de chocolate y el que se encontraba al otro lado para intentar ver desde otra perspectiva, tropezó con un tobo y de este salió un paquete y un papel ya arrugado.

La princesa destapó el paquete, para encontrarse con algo que le parecía extrañamente familiar.

Luego leyó lo que ponía el papel "Eloisa, no viniste. No sé que te habrá pasado, espero que nada grave, si supiera donde estás iría a buscarte (lo sé, debí de haber ido de todas formas, pero a su tiempo lo entenderás). Confío en que si vuelves encontrarás mi regalo, seguramente después de mirar un largo rato por la ventana en mi búsqueda, ojalá estuviera ahí para ver esa mirada, y ahora esa sonrisa en tu rostro. No sé si para el tiempo en que vuelvas aún esté bueno para ingerirlo. Si, el regalo. De todos modos solo basta con que lo sientas entre tus dedos. No puedo decirte donde estoy, pero si logras recordar, entonces debes saber que no quedará mucho tiempo para que estemos juntos. Y recuerda, no le digas a nadie quien eres.

Ha sido un regalo volver a verte.

Siempre mi amor está contigo.

E. "

La princesa no se atrevió a probar el regalo rectangular que venían envuelto, pero si lo tocó un buen rato y llegó a olerlo un poco, definitivamente era chocolate... pero un chocolate especial, conocido, que traía palpitar a su corazón. Se sintió extraña, como si algo estuviera por llegarle, se concentró como pudo y entonces en un instante recordó, como si un rayo pasaba a través de ella. Recordó unos ojos grandes y marrones mirar a través de la oscuridad, un cabello rubio que se movía con el viento de la noche en silencio y una voz de niña que susurraba a un varoncito "Stt... Stttt... Dame chocolate"

Y con sus ojos marrones muy abiertos por el asombro, pronuncio su nombre "Eric"


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